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El proyecto neodesarrollista
nació como respuesta a la crisis orgánica del neoliberalismo en
Argentina. Esa crisis no marcó el fracaso del proyecto neoliberal sino
su éxito.
En efecto, luego de 30 años el proyecto de las clases
dominantes logró consolidar a la Argentina como plataforma para un
programa de desarrollo capitalista basado en el saqueo de las riquezas
naturales, el agronegocio y las manufacturas alimenticias, junto a un
mercado de trabajo hiperprecarizado que garantizara condiciones de
superexplotación de la fuerza de trabajo. Esas son las consecuencias
estructurales del neoliberalismo y el fundamento del proyecto
neodesarrollista subsecuente. La crisis del neoliberalismo es
consustancial con el origen de la actual etapa y por lo tanto (mal que
les pese a sus defensores) el neodesarrollismo es hijo del ajuste. ¿Qué
fueron la devaluación de la moneda, la pesificación asimétrica, y la
estatización de la deuda privada a la salida de la Convertibilidad sino
una violenta redistribución de los ingresos y la riqueza a favor del
capital? El ajuste posconvertibilidad creó las condiciones
macroeconómicas para dar inicio al ciclo neodesarrollista. Un improbable
kirchnerismo, es bueno reconocerlo, supo aprovechar esas condiciones
para pasar de la mera gobernabilidad duhaldista a una hegemonía
capitalista en serio. Renegociando la deuda ilegítima para pagarla,
validando las privatizaciones y la (des)regulación neoliberal en las
áreas estratégicas de la economía, aceptando abiertamente la
transnacionalización de la economía y favoreciendo el saqueo de las
riquezas naturales, el gobierno nacional ha trabajado para consolidar la
posición de Argentina como exportadora de nutrientes, minerales, agua y
energía.
El kirchnerismo, como fuerza política, supo convertirse en la
alternativa más útil a los intereses del conjunto de los sectores
dominantes, más allá de la oposición y enfrentamiento circunstancial con
ciertas fracciones. Por su parte, demostró capacidad de contener y
canalizar los resultados más incómodos del neoliberalismo: una nueva
fuerza social del Pueblo trabajador, que encontró en la precarización -y
a pesar de ella- nuevas formas de organización y lucha. El gobierno
logró desarticular parcialmente esa resistencia, canalizando algunas de
las demandas de determinadas fracciones del pueblo y neutralizando el
potencial disruptivo de los sectores más críticos utilizando, o en
muchos casos aceptando pasivamente, la represión por parte de sus más
conspicuos aliados. ¿Nada tiene que ver el Gobierno con la aprobación de
las leyes anti-terroristas o la judicialización de miles de activistas?
¿Pueden aislarse los ataques al movimiento campesino de las políticas
nacionales de sojización y monocultivo en el agro? ¿Nada tienen que ver
las alianzas con sectores de la burocracia sindical con el asesinato de
Mariano Ferreyra?
Detrás de una retórica nacional y popular se oculta un proyecto sin
Nación y con el pueblo como actor subordinado. El mítico capital
nacional hoy no es más que un fantasma, siendo completamente dominado
por el gran capital de orden trasnacional. El Estado posneoliberal se
constituye como promotor del desarrollo pero ese desarrollo capitalista
ya no puede tener contenido nacional alguno. Por su parte, el pueblo es
invocado pero sin potencia, sólo reivindicado como actor pasivo. Siempre
convocado para aplaudir, nunca para cuestionar o siquiera “marcarle la
cancha” al gobierno. Mucho menos se espera -por supuesto- que el pueblo
trabajador participe activamente en la construcción de un proyecto de
país.
Esto no niega que amplios sectores del pueblo se sientan atraídos por
el proyecto kirchnerista, su discurso, su liturgia, aun por los avances
democráticos conseguidos por las históricas luchas populares en esta
etapa. Eso es construcción hegemónica. Sólo nos cabe señalar que eso no
evita dar cuenta de la voluntad del gobierno de controlar y verticalizar
todas las voces disidentes a partir de un discurso binario que pone de
un lado al “modelo” y del otro a todos los males (“la derecha”).
Por supuesto, ciertos sectores del pueblo han experimentados mejoras
objetivas frente a lo profundo de la crisis de 2001-2002. Sin embargo,
el capitalismo “con inclusión social” ha sido incapaz de incorporar a
una amplia masa de excluidos y carece de posibilidades de superar a la
explotación del trabajo y la naturaleza como base de su propia
reproducción. El capitalismo estabilizado sólo nos conduce a una nueva
etapa de dominación del dinero y el capital sobre el pueblo y no a un
camino emancipador.
Este gobierno no es revolucionario. No puede serlo por opción
ideológica y por concepción estratégica. Sin embargo, la construcción
hegemónica exitosa del kirchnerismo no lo eximirá del juicio de la
historia. En la lucha por la emancipación de los pueblos será recordado
como el gobierno que, frente a la opción de iniciar el camino hacia una
transición anticapitalista, decidió profundizar un patrón de acumulación
capitalista dependiente. Quedará en los libros de historia como un
proyecto de recomposición de la dominación del capital frente a un
posible camino para la participación popular en la construcción de una
alternativa anti-sistémica, en la línea de otros pueblos hermanos. En
lugar de fortalecer la medialuna del cambio radical en Nuestra América
(acompañando a Venezuela, Bolivia y Ecuador), optaron por caminar detrás
del sub-imperialismo de Brasil y China, colocando a la Argentina como
su furgón de cola.
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